Se esperaba con mucha curiosidad el estreno de Argentina en la pasada madrugada (horario español). No sólo por tratarse de la anfitriona, que de por sí ya lleva una exigencia extra, sino por tratarse de quien es, un referente futbolístico mundial ahora en proceso de reencuentro. Acabada la inconsistente etapa con Diego Armando Maradona, Argentina abrió un nuevo ciclo con el Checho Batista. La ilusión ante el cambio suele ser automática, y si viene a ocupar el banquillo el último técnico con triunfo nacional (Oro olímpico en 2008) las esperanzas surgen. Así se presentaba Argentina, buscando su grandeza y pareciendo encontrarla en el sensacional partido contra España (4-1), o las victorias ante Brasil y Portugal. Pero en el estreno de ayer reaparecieron una escasez de recursos que se pensaban olvidados.
El partido marcó desde el inicio, sin opción de duda, el papel de ambos equipos. Era Argentina la que quería la pelota y llevar la iniciativa, mientras Bolivia aplicaba el orden táctico deseado por su técnico Gustavo Quinteros. El juego de la albiceleste resultaba demasiado previsible. Se vieron varios problemas: poco juego asociativo, lentitud en la circulación y unos jugadores estáticos que no favorecían el dinamismo y la sorpresa. Con ello, Bolivia se defendía con perfecto resultado gracias al trabajo colectivo y las ayudas constantes. Ni la debilidad de Gutiérrez en el lateral zurdo ni los numerosos saques de esquina solucionaron el atasco argentino. De esa monotonía quiso salirse Messi, con una evidente motivación. Era el único que aceleraba el juego, atacando o dirigiendo, buscando el desborde sin renunciar a la asistencia. No resultó suficiente, y con una Bolivia segura de su plantemiento tocó el tiempo de descanso.
Las opciones para reflotar a Argentina parecía que pasaban por la entrada de Pastore, para poder enriquecer el juego asociativo y ganar los compañeros un socio. El cambio fue sin embargo la entrada de Di María por Cambiasso. Debatible cambio, porque si el partido se desarrollaba desde la posesión local, ¿por qué renunciar a Cambiasso y no a Mascherano? Con el movimiento hecho, eliminabas toque y sumabas talento individual. Más que retocar el plan expuesto, se sustituía. Y tras la bomba del gol boliviano al reinicio, Batista insistió con el mensaje. Se marchó Lavezzi y entró el Kun. Suma de atacantes como solución, resignarse al juego y empujar hasta el gol. Kun, eléctrico firmó un extraordianrio gol para salvar al menos el empate, un violento voleón sin opción de respuesta de Arias.
Queda una Argentina en la que tocaría reflexionar más allá del decepcionante resultado. Su comportamiento y las medidas de Batista desconciertan. Reunión de atacantes, soluciones individuales, un mediocampo despoblado y un Messi obligado a retrasarse demasiado y multiplicarse en tareas hasta el punto de que su figura se reduce. Una parálisis en Argentina, como anclada en su pasado más reciente. Con esas características, lo malo ya no es que Argentina se parezca poco al Barça, como desea el seleccionador, sino que recuerda demasiado al equipo de Maradona. Un año después, Argentina recae en sus defectos.
sábado, 2 de julio de 2011
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