El desconcierto invade los minutos posteriores al partido. La ira y la desesperación alimentan las entrañas del aficionado común, y empujan a una batalla a los más violentos. Los últimos no se van, el acceso a los vestuarios está comprometido, y el Monumental en sus afueras es un caos. Se quiere venganza y se encuentra vergüenza por la amenaza de los salvajes. Se buscan razones deportivas y se encuentra vergüenza por el descenso. Una historia de disturbios que antes fue una de fútbol.
La de un River Plate necesitado de dos goles de margen no para su gloria, como tantas veces, sino para su supervivencia, como ninguna otra vez. Un River que denota pasión y empuja al comienzo. Pero la caída amenaza cuando tras una falta lateral marca Belgrano, aunque es anulado por fuera de juego. Y entonces el resurgimiento se insinúa, cuando Pavone baja un balón largo y ajusta el balón junto al palo a los 5 minutos de partido. Muchos minutos por jugar que permiten ver a un River atascado por su necesidad. Los balones largos desde el fondo proliferan, una línea recta hacía los puntas que no hace más que acercar los despejes de la zaga de Belgrano. De ese trazo intenta salirse Lamela, pero los balones que recoge son demasiado lejanos al área contraria, y así su habilidad está en inferioridad antes unos rivales que se cruzan y se cierran.
A pesar de ello, a la media hora vuelve un nuevo impulso de River. El árbitro deja sin señalar un penalti evidente, y del córner posterior Pavone chuta topándose con Olave. Y de ese balón rechazado sale un centro con el que Díaz roza de cabeza el gol. Pavone no deja de hacer acto de presencia y en la banda derecha se asoma Affranchino. Belgrano se ve obligado a aguantar agrupado con Ribair de vigía defensivo. El ataque de los de Córdoba queda reservado a las contras y las opciones nacen de jugadas a balón parado. Ambos equipos se visten como resistentes. Gana River, quien se revela al descenso. Aguanta Belgrano, quien se revela al despertar del sueño.
Comienza una cuenta atrás de 45 minutos con el inicio de la segunda mitad. La estrechez del tiempo lleva a River a olvidarse de tácticas y dibujos, aspectos apartados por la ansiedad del gol. Las contras rivales son un riesgo inevitable y Pereyra está a punto de marcar de vaselina. En un ejercicio de defensa-ataque, Ribair se agiganta y River se aturulla. Descomunal el aguerrido uruguayo, sin aflojar. Y en otra contra el disparate enreda a dos defensores de River, despeje de uno que rebota en el otro, y Farré bate por bajo a Carrizo. La respiración queda entrecortada y el sudor se enfría.
Pero queda tiempo, y el defensa forastero Tavio suelta un empujón no señalado. Tentando a la suerte comete otro que sí es castigado. Pavone lo tiene y él lo pierde. Olave para, como ha parado en toda una Promoción notable. 110 años. El peso en cada pierna y cada cántico local. Ya no quedan sistemas, indicaciones. Nada. Y sin nada, queda la fe. Insuficiente esta vez.
Llegados casi a los 45 minutos del segundo tiempo, unos violentos deciden convertir el dolor deportivo en herida carnal. El partido de suspende y con efecto inmediato se da por concluido con tres minutos aún pendientes. Un final a contrapié, como lo ha sido este River con seis torneos decepcionantes que lo hunde en la B Nacional. Un rebote, un penalti. Detalles que marcan pero disipan espejismos en el estado del enfermo. No queda más, las lagrimas están solas. Por el descenso y por los heridos.
Bajó Club Atlético River Plate. Desde hoy de plata, y siempre grande.
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