domingo, 5 de octubre de 2014

Cada segundo cuenta en Stamford Bridge

La previa del partido entre Chelsea y Arsenal ya venía cargada de alicientes. Un Chelsea líder y sólido, un Arsenal ante la enésima prueba ante un gran rival, el duelo entre Mourinho y Wenger y la imbatibilidad del portugués ante el francés. Y Fàbregas. Primer partido ante el Arsenal. Encima, los 15 minutos de retraso del inicio del partido (por unos incidentes en el exterior) solo aumentaron la expectación ante la cita que estaba por venir.

Desde las 15,20h (hora de la España peninsular) se reveló un partido interesante. Parecía que habría competitividad. Fue un Arsenal que no salió pasivo, resignado por el atropello de los acontecimientos. Se recordaba el 6-0 del año pasado (2-0 a los 7’ y 3-0 a los 17’). Bueno, y el 6-3 ante el City, y el 5-1 ante el Liverpool. Y esta temporada el 2-0 en Dortmund, que bien pudo ser otro saco. Por eso agradó tanto ver a un Arsenal que daba valor a su calidad añadiendo una actitud agresiva, claramente mentalizados sus jugadores. Tampoco queda otra ante un Chelsea que no será por pierna dura, mandíbula apretada y calidad ofensiva.

Tensión y accidente se unieron cuando Alexis chocó con Courtois. El belga siguió unos minutos pero no pudo recuperarse del golpetazo en su oreja. Luego una falta de Cahill que pudo ser roja desencadenó un enfrentamiento de banquillos, con Wenger empujando a Mourinho. Hasta ese extremo se representó la igualdad y la intensidad del partido. Los entrenadores, al acabar, se fueron ni mirarse, claro.
La disputa seguía. El Arsenal pisaba el campo rival pero siempre veía cómo el Chelsea no perdía el orden y replegaba a gran velocidad. Cada pestañeo era un metro menos. Y en esas Hazard decidió romper. Simplemente maravilloso. Velocidad, habilidad y verticalidad combinadas para provocar un penalti que él mismo convirtió. Fue un trueno. Carlos Rosende definió la acción con sencillez y precisión: “Cazorla no llega, Chambers tiene amarilla y no se atreve, Koscielny arriesga muchísimo y Hazard es buenísimo. Nada nuevo bajo el sol”. Sin que colectivamente nadie hubiera inclinado el juego, el belga había puesto el vértigo y el desequilibrio.

Ay, los detalles. Uno fue la arranca de Hazard. Los otros, los de Alexis, en el choque con Courtois, y Wilshere ya ante Cech. Pudieron quedarse solos pero con controles defectuosos se quedaron con las ganas. Lo que vale un buen control.

La segunda parte sirvió de continuación. Mucha disputa. Poco de los porteros, pero mucha disputa. Qué enorme fue la imagen de Flamini, gritando a sus compañeros para que subieran líneas y apretaran la posesión que el Chelsea tenía en esa acción. Agresividad. Otra vez lo que el Arsenal quería mostrar, no ceder en el pulso. Aunque a Flamini se le fuera la mano, o mejor dicho el codo, minutos antes con Diego Costa.

El Chelsea se juntaba en su campo, aguerrido, alambrando cada metro que buscaba asaltar el Arsenal. Un plan reforzado cuando Mikel salió para acompañar al siempre impecable Matic, con Cesc adelantando su posición. La posesión del Arsenal buscaba la lógica profundidad. Ahí destacaba Cazorla, el más entonado para aligerar y limpiar la circulación. Por eso resultó tan sorprendente que él fuera el primer cambio de Wenger. Más aún cuando eso significaba que Özil seguía en el campo. En el campo, digo. En el juego nunca estuvo, siempre a una velocidad distinta a la del partido.

Concentrado y esforzado sin balón, estaba latente el peligro de los contragolpes blues gracias a la profundidad de Schürrle y la habilidad de Hazard. Ya había dibujado alguno el Chelsea cuando llegó el golpe definitivo. Cesc asistió en largo a Costa, que explotó feliz el espacio para definir seguro ante Szczesny. Game over. El Arsenal de Wenger seguiría sin ganar al Chelsea de Mourinho, pero el modo de competir no fue de perdedor. Mientras, Özil, tras los tres cambios, seguía en el césped, terminaba un partido al que nunca llegó. Un partido que no permitió despistes, donde cada metro y cada segundo contó.

domingo, 29 de junio de 2014

No es el estilo

La cuestión del estilo hace tiempo que se volvió moral, un asunto de dignidad. En una absurda presentación de la realidad, se ha marcado una línea roja que separa el buen fútbol del malo. Pero bueno o malo no según su funcionamiento sino en términos de moralidad. La diversidad de recursos estilísticos debería ser conjunción pero toma forma de confrontación. El fútbol de posesión y creación, en lugar de ser una fuente inspiradora, se ha ha convertido en un agente discriminador. Quien no juegue de un determinado modo está marcado por la reprobación popular. Quien busque otras fórmulas caerá en la crítica y el aislamiento.

Aunque se diga que todo estilo es legímitmo (faltaría más) no todo es digno. Y bien que se hace notar. Ese peso moral casi es peor, pues el debate que deja es uno que respira polvo. Veo con preocupación como la estética supone el valor máximo. Que lo bonito supera a lo bueno. O peor aún, lo sustituye, en una confusión que parece irremediable.

Brasil está ofreciendo un Mundial mediocre, cuyo peor exponente fue el partido de ayer, en concreto tras el descanso. Hoy se critica ese juego, ese estilo, esa traición que muchos definen, lamentan y denuncian. Ese mal juego no es más que consecuencia de un estilo, se podría concluir. Pero yo me salgo de esa línea de razonamiento. El problema no es ese, Brasil no juega mal por el estilo que articula Scolari. La final de la Copa Confederaciones es el mejor ejemplo de lo contario. Con el mismo estilo desplegado, ese día Brasil hizo lo que quería hacer e impidió a España desarrollar su plan. Entonces, aunque algunos defenderían que tampoco, Brasil sí convenció. Porque ser convincente no tiene nada que ver con la belleza.

Jugar bien o mal no es jugar alegre o bonito, aunque como ya digo para muchos sean términos inseparables y sinónimos. Jugar bien, para mí, son otras cosas que considero realmente esenciales. Es dominar el juego, es hacer que este se desarrolle como uno quiere, que pasen o dejen de pasar las cosas que uno pretende. Eso es jugar bien. Y por eso Brasil jugó ayer tan mal, porque no logró nada de eso. Porque estuvo romo con balón y vulnerable sin él, resignado a la pericia que lograse mostrar Chile.

Puedes tener la inicativa, puedes ser retórico o vertical, puedes ser defensivo y contragolpeador. Puedes ser de muchas formas y, si dominas lo que haces, conseguirás dominar el juego y, consecuentemente, a tu rival. Porque dominar el juego no es dominar la pelota, otra cuestión que se suele relacionar y confundir.

Ayer fue Brasil, y antes fue el Atlético o durante años el Barcelona o España. El factor determinante para sus logros y merecimientos no es su forma de jugar. Lo que les hizo grandes, lo que les hace y hará temibles, será cómo, con sus planes, dominarán el juego y al rival. Y si no lo lográn, entonces simplemente jugarán mal. No es el estilo, es su ejecución.

jueves, 12 de junio de 2014

Ese verano de Mundial

Fue el primero para mí. Ya con 11 años de edad. No me enganché al fútbol precisamente pronto. La precocidad nunca ha formado parte de mi vida. Como decía, fue mi primer Mundial, el de Francia’98. No creo que eso explique por sí solo por qué aquella edición de la Copa del Mundo la recuerdo con especial aprecio. El campeonato tuvo valor propio. Casi cada partido tenía una historia que merecía salirse de las estadísticas y saltar a la nostalgia.

Antes del campeonato, recuerdo coleccionar unas láminas del diario Sport con las principales figuras y sus características de juego. Además, desde meses atrás las horas se me perdían con el juego oficial del Mundial. Encendía mi Nintendo 64, introducía el cartucho y cuando sonaba ‘I get knocked down’ estaba listo para la partida. Con más equipos que los clasificados en la realidad, Canadá jugó más de un Mundial conmigo.

La fase de grupos había comenzado con un Brasil-Escocia no muy lucido, y que dejó como recuerdo, seguro que por su naturaleza accidental, ese gol del defensa Boyd en propia puerta. Pero en realidad, el Mundial empezaría más tarde de su arranque. Fue en ese domingo donde España debutaba contra Nigeria. No era aún la Roja. De hecho, en el debut vestía de blanco. Todo parecía marchar cuando Hierro y luego Raúl adelantaron al equipo de Clemente. Nadie se paró a pensar que tras ello la victoria se iría de las manos de España como la pelota de los guantes de Zubizarreta. De esos primeros días recordaré cómo Roberto Baggio se sacudía los fantasmas (de algún modo) al lanzar y marcar un penalti ante Chile. Cuatro años después de lo de Estados Unidos. La relevancia simbólica del momento solo rocé a entenderla por el comentarista de televisión.

Aquel verano me dio por sacar los recortes de la prensa sobre los partidos. Eran de La Verdad. Cogía las crónicas y como mejor sabía las resumía. Luego, lo recopilaba para pasarlas a unos folios que, al final, serían un resumen del torneo. Delante de una máquina de escribir, anotando alineaciones, clasificaciones y goleadores. Sí, tengo suficiente edad para haber usado máquinas de escribir.

El Mundial cogió impulso en las eliminatorias. Cada una tuvo un desarrollo memorable, ya fuera por la emoción o por el espectáculo. El gol de oro (primer gol de oro en un Mundial) de Blanc a Paraguay, el repaso de Dinamarca a la infausta Nigeria,  la esbelta Brasil ante una Chile impotente, Davids evitando una prórroga esperada ante Yugoslavia, Alemania frustrando a México o, cómo no, el monumental Argentina-Inglaterra. Un partido de alternativas, de tensión, de la luz de Owen y la sombra de Beckham. Y sobre todo de Roa. ‘El Lechuga’ salió triunfador de la tanda y pensé en las revanchas que da el fútbol, ya que venía de otra tanda en la que salió cruz, con el Mallorca en la final de la Copa del Rey.

Los cuartos alumbraron a una Croacia formidable. Su 3-0 a Alemania fue impactante. Suker, Jarni, Vlaovic… Eran mis referencias por jugar en la Liga, y con esa identificación celebré más aún su proeza. Horas antes pude ver cómo un pase interminable de Frank de Boer cayó a pies de Bergkamp, que trazó una acción que ninguna foto puede hacer justicia, solo muchos fotogramas sucesivos: control, regate y chut con el exterior. Era el último minuto y Holanda eliminaba a una Argentina ya abandonada por el 'Burrito' Ortega. Vaya 4 de julio. En la víspera, Brasil y Dinamarca se habían desplegado con buen gusto para gloria final de la Brasil de Rivaldo, Ronaldo y, aún, de Bebeto. Francia eliminó a Italia en los penaltis. Italia y los penaltis, de nuevo.

No había historias pequeñas, eso ya estaba claro. Todas eran grandes. Croacia se atrevió a asaltar Saint Dennis con Suker de estilete y Thuram sorprendió a todos con dos bofetones en forma de goles. Con calidad y emoción, Brasil y Holanda no se dieron tregua con Ronaldo y Kluivert de ejecutores. En la tanda se inmortalizó para siempre la figura de Taffarel y su celebración: pose arrodillada, brazos abiertos e índices arriba. Feliz y agradecido, sus intervenciones llevaban a Brasil a otra final.

Y la final fue lo que fue. Una Francia que no dio margen a Brasil. Los dos goles de Zidane, las piernas musculosas que Roberto Carlos no acierta a cerrar a tiempo, la respuesta impotente de Brasil tras el descanso y la certificación de Petit al final. Muchas imágenes guardadas. Fue mi primer Mundial. Pero para ser justos fue, sobre todo, un gran torneo.

miércoles, 16 de abril de 2014

Mestalla, tres años atrás

Han pasado casi tres años exactos desde el último cruce en Mestalla entre Barcelona y Real Madrid (20 de abril de 2011). Hoy, día de la final, quiero recuperar el análisis de aquel encuentro. Una noche que nos ofreció un gran despliegue del Real Madrid durante el partido, con fases más apuradas y comprometidas. Fueron muchos los detalles que mencionar y que hicieron del equipo de Mourinho un grupo impenetrable para el Barcelona especialmente en la primera mitad. A continuación, el texto original:

TÁCTICA E INTENSIDAD. El Madrid mostró un sistema de partida muy claramente estructurado. Un 4-1-4-1 con Xabi Alonso de pivote y por delante Khedira y Pepe, alineados con los extremos. Mientras, Cristiano quedaba de referencia en ataque. Tras ver cómo se posicionan vemos ahora dónde lo hacen. Ahí se mantienen las líneas adelantadas y compactas, comprimiendo los espacios y neutralizando la circulación del Barça. Cuando el equipo blaugrana busca el juego interior, Özil y Di María se cierran para acentuar en tráfico en los pasillos interiores. Mientras, cuando el Barcelona busca jugar por fuera, los extremos se abren y fortalecen el lateral. Incluso hay ocasiones en que de modo circunstancial se forma una línea defensiva de 5 hombres, con Ózil o Di María retrasados. O también se ve la concentración de Di María para cubrir la banda izquierda en situaciones donde Marcelo sale a la anticipación sobre Pedro. Cualidad esta, la anticipación, ejecutada de modo general. En cuanto al joven jugador argentino, se muestra disciplinado para atender a Alves. El Madrid presiona, sale a buscar al Barça, no le espera. No es pasivo sino activo. Los tres medios salen a la presión. Ello provoca tanto recuperaciones propias como pérdidas ajenas, y cuando ello se produce el Barça sufre mucho. Con las líneas más adelantadas, las recuperaciones del Madrid son más próximas al área rival, y la rapidez de salida es muy peligrosa. Ahí Ózil y Di María se suman a Cristiano (4-3-3) y tanto Pepe como Khedira se descuelgan en ataque en los despliegues. Las transiciones son vertiginosas, directas. Se combinan en ocasiones con envíos en largo. Las marcas del Madrid no son fijas, son más dinámicas. Hay un reparto homogéneo de los esfuerzos. Sin duda se trata de una primera mitad de gran desgaste mental. Para el Madrid cerrando espacios, para el Barça intentando abrirlos. El Madrid demuestra disciplina defensiva y ambición ofensiva, y ambas facetas son desarrolladas con intensidad. El Barça manda en la posesión, pero el Madrid manda en el juego y el partido.

POSICIONAMIENTO FRENTE A CIRCULACIÓN. La segunda parte ofreció un cambio de protagonismo. Ahora fue el Barça quién llevó la iniciativa frente a un Madrid más a contracorriente. Veamos qué caracterizó a ambos equipos en esta etapa. Imposible de mantener tal nivel de intensidad, el Madrid empezó a bajar la presión y ofrecer una defensa más posicional que de marca. Con tendencia a retroceder unos pocos metros (no muchos, pero sí algunos) comenzaron a surgir espacios inéditos. El Barça, claro, forzó la situación. Entendió qué hacer y no dudó en realizar circulaciones rápidas, en pocos toques y ofrecimientos constantes. Ahora el juego se producía más adelante, y así comenzaron a llegar las ocasiones y el posterior protagonismo de Casillas. Las posesiones ganaron velocidad y verticalidad. El Barça aprovechaba el bajón del Madrid, pero a su vez lo provocaba con buen juego y mayor dinamismo, lo que sirve para provocar desajustes. La primera víctima del esfuerzo blanco fue Özil, con señales de agotamiento y reemplazado por Adebayor. Perfilado entonces Cristiano a la derecha, el Madrid no cambió su esquema. Introdujo presencia y aire para explotar el balón largo, recurso más pronunciado tras el descanso. El Barça encuentra a Xavi, Iniesta y Messi y, con ellos, los pasillos intermedios y la cocción de la jugada.

AGOTAMIENTO Y LENTITUD. En la prórroga las fuerzas escasean para ambos, con un esfuerzo físico y mental tremendo. El Barça mantiene posesiones, pero ya se ve un matiz. La pelota circula más lenta, los ofrecimientos escasean. La fluidez va en descenso y el Madrid rearma su capacidad de robo de pelota. Tras el 0-1, en la segunda parte de la prórroga, la tendencia va a más. En el Barça las botas pesan, no consiguen profundizar y el toque se vuelve previsible. El Madrid mantiene su defensa grupal y solidaria.

La extensión del partido se le hizo más llevadera al Madrid que al Barça. Ambos se repartieron la iniciativa en el tiempo reglamentario, pero en la prórroga la robustez de unos prevaleció sobre el ingenio de los otros. Un esfuerzo encomiable, que requiere un gran convencimiento, nivel de concentración y constancia. Las virtudes competitivas del Real Madrid le hicieron merecedor de la Copa del Rey.

jueves, 6 de febrero de 2014

Regresión atlética

Fue una noche sorprendente, una recaída cuando menos podía esperarse. En la ida de las semifinales de Copa, el Atlético visitaba el Bernabéu sin taras posibles. Llevaba dos asaltos seguidos al estadio madridista y llegaba luciendo su recién estrenado liderato.

Y lo que se vio fue decepcionante para los atléticos e imprevisto para todos. El Atlético, de pronto, parecía ser el de otra época, cercana en tiempo pero lejana en sensaciones. Parecía un equipo del precholismo. Aquel que al encararse con el Madrid renovaba ánimos para acabar repitiendo tropiezos.

El equipo evidenció carencias olvidadas. No controló ningún aspecto del juego. Muchas veces un equipo es capaz de dominar el partido sin poseer la pelota. Es cuando ese equipo consigue que solo pase lo que quiere que ocurra. Anoche, eso que el Atlético sabe hacer tan bien desapareció, sin posesión ni control.

En defensa el Atlético se mostraba atareado. Más aún, se sentía sometido. Para colmo, como otras veces, la suerte tampoco ayudó. Dos goles de los tres goles llegaron en disparos desviados por la defensa. Su juego se quedaba indefinido y su ataque mal articulado, precipitado, con un Diego Costa que a fuerza de descentrar a los rivales se descentró a sí mismo, pendiente más del choque que del juego. Ya con 2-0 fue amonestado, quedándose sin poder jugar la vuelta. El más difícil todavía. Todo acabó torcido y el Atlético no pudo más que resignarse. Como tantas veces antes, como pocas ahora.

sábado, 4 de enero de 2014

La histórica Roma de Rudi García

La Juventus no frena. Con una regularidad convertida en cotidiana, apunta a su tercer título y desfonda a cualquiera que le persiga. Cabe plantearse que su caída en la Champions solo alimentará su determinación en la Serie A, el gran torneo restante. Aunque en el horizonte, también es cierto, está esa final de Europa League en Turín. Mantiene el aliento la Roma, sabiéndose a cinco puntos de los de Conte y obligados cada jornada al acierto. El título no será el objetivo, pero sí se ha convertido en una oportunidad. Y esa es una motivación suficiente. Poco que ver con la temporada pasada, cuando el equipo se ancló como sexto, fuera de Europa. 

Una decepción que se ha tornado positiva, pues no jugar en Europa esta temporada facilita el rendimiento. Si físicamente el desgaste es más moderado, mentalmente las distracciones son mínimas. La Liga lo focaliza todo. Así, el recorrido de la Roma ha tenido muchas etapas y paradas, desde el debut en Livorno al récord de 15 partidos invicto logrado ante la Fiorentina y ampliado después. En pequeños pasajes, esta ha sido la Roma hasta hoy, única escuadra que le mantiene el pulso a la Juventus.

Victoria con la que redefinirse
Aquella victoria 0-2 sobre el Livorno, aún en agosto, no parecía tener más valor que el de comenzar con buen pie. Con serenidad y buscando una nueva etapa con un ambiente oxigenado, Rudi afirmó: “El equipo está tranquilo. La temporada pasada está acabada. Hemos empezado una nueva y miramos hacia delante”.

Totti y derbi, romanistas 
En la previa del Roma-Lazio los titulares se centraron en Il Capitano. Francesco Totti, de 36 años, firmó la extensión de su contrato por dos años más. La felicitación en la familia giallorrosa se prolongó cuando el equipo ganó el derbi ante la Lazio por 2-0.

Cuantas más victorias, mayor prudencia 
En un contexto tan feliz y sorprendentemente positivo las ilusiones se disparan. Pero desde el equipo se quiso transmitir moderación, recordando que la temporada tenía un objetivo primordial: asegurarse un puesto en Europa. En esa línea, García consideraba a la Juve como la mejor preparada para ganar la Liga, mientras que el central Benatia rechazaba que fueran favoritos para el campeonato.

Un balance de 5-0 ante Inter y Nápoles
En pleno proceso triunfal y de modo consecutivo, los de Rudi García asaltaron San Siro y frenaron al Nápoles de Benítez. Totti fue el gran protagonista ante el Inter, con dos goles. Mientras, Pjanic ejecutó a un Nápoles de ambiciones potenciales, que viajó a Roma con opciones de apoderarse del liderato.

El mejor arranque de siempre 
La Roma venció al Chievo y se convirtió en el primer equipo en la historia de la Serie A que ganó los 10 primeros partidos, dejando atrás la marca de la Juventus de Fabio Capello. Un inicio descomunal, con 24 goles a favor y solo uno en contra. Era un día propicio, líder contra colista, que acabó por ser un partido esforzado que desatascó Florenzi y culminó Borriello.

Un frenazo de 4 empates 
Con cada nueva victoria más se cerca la primera derrota. Es inevitable. La perfección absoluta es efímera. Así, casualmente o causalmente, con la caída de Totti lesionado, la Roma encadenó cuatro empates que aprovechó la Juventus. Detrás de los focos del pleno de la Roma, los de Conte tampoco perdían el paso. Ya habían perdido, sí, pero por el contrario solo sumaban un empate.

Pallotta, orgulloso de su equipo 
James Pallotta, presidente del club, ya ha llegado a expresar su deseo de que Rudi García se convierta en su particular Alex Ferguson. “Me encanta cómo jugamos. En pretemporada ya se vio el tipo de equipo que podíamos tener. Olviden las victorias, adoro el estilo del equipo”. En France Football también se han manisfestado, votando al técnico como el mejor entrenador francés de 2013. 

Nuevo récord: 15 partidos invicto 
La Roma volvió a ganar, y ello supuso un récord para club, 15 partidos seguidos sin perder, superando así su anterior marca (2003-04). Con una Juve de paso constante, los empates habían mantenido la imbatibilidad del equipo, pero el liderato se ponía más caro. En casa, con Totti de regreso tras superar su lesión aunque aún en el banquillo, la Roma se reencontró con la victoria con un excelso Gervinho.

La plusmarca ya llega a los 17 partidos. Este domingo (20,45h, Canal+ Fútbol) llegará el duelo directo entre Juventus y Roma. Turín espera. Será un nuevo capítulo o el epílogo.