domingo, 23 de mayo de 2010

Delantero de goles, goles de títulos

La sensación que emergió fue inequívoca. Ese 0-2 era más que un gol, más que un pasito hacia el título, más que la coronación de Mourinho como nombre de moda. Ese gol era la máxima expresión de un delantero excepcional, maravilloso. Fue un grito en el aire. Fue un movimiento sin réplica, una cadera, la de Van Buyten, desencajada antes de encarar a Butt y superarle con sobriedad.

Ese es Diego, de apellido Milito, capaz de pelearse con los centrales y siempre dar la seguridad de que va a ganar el duelo. De proteger el balón, cederlo y rápidamente buscar la devolución. Eso fue el 0-1, con la colaboración de Snejder. Y del otro modo fue el segundo, apoyándose esta vez en sí mismo, en su talento y su fe.

Esa fe y talento que le ha hecho goleador del Inter, que le mantuvo arriba en Liga con un saco de goles y quien confirmó el Scudetto contra el Siena en el último día liguero. Quien cazó la Coppa con una cabalgada inalcanzable y una definicón impecable. Quien agitó al Barça, asistiendo y marcando, yendo y viniendo. Con los goles de Milito el Inter peleó por cada título y con ellos se han podido levantar. Roma, Siena y Madrid, días claves donde el argentino dio sentido a la red trenzada por Mourinho.

Sin el balón el Inter lo define Mourinho y su estrategia. Con la posesión, todo gravita alrededor de Milito. Socio perfecto con compañía, dosis de oxígeno en solitario. El Inter campeón, el del triplete no puede entenderse el uno sin el otro, sin el portugués y sin el argentino. Son el principio y el fin de estos éxitos. Milito, El Príncipe, alcanzó al menos el rango de Rey en el tablero de Mourinho.

domingo, 9 de mayo de 2010

La variabilidad de cinco minutos

Es interesante ver cómo sentimientos muy contrarios, nada cercanos, llegan a tener un vínculo tan próximo. Cómo esa barrera que los separa resulta tan frágil. Exultante alegría y profunda tristeza. Y entremedias un instante de expectación, un segundo de suspensión hasta la reacción debida. Un logro capaz de ser provocado por el fútbol, en especial si hablamos de una penúltima jornada de Liga.

Baste un ejemplo. Tres campos, seis equipos y siempre un hilo que los une. Minuto 67 de partido. En Sevilla el Barcelona camina con suficiencia hacia el título, con un 0-3 que le reafirma como líder. Mientras, el Madrid se intenta rebelar contra el 1-1 que le haría despedirse de la Liga. Y unido por un cordón invisible A Coruña late al ritmo del Sánchez Pizjuán: el Mallorca y su milagrosa trayectoria sacan un punto que se muestra fenomenal gracias a la alianza indirecta con el Barça.

Es entonces cuando, como si fuera una obra teatral, el escenario se transforma. Se apagan las luces y se vuelven a encender. Minuto 68 y todo se descoloca para reordenarse. Cambios que hacen que todo siga igual. Riki perfora la portería de Aouate y, como si de una caprichosa casualidad, el dolor del Mallorca se vuelve esperanza en el Sevilla con un gol simultáneo de Kanouté. A su vez, el Barcelona ve que la alfombra roja debe esperar, que llega el 2-3 cuando aún no entiende aún el primero y que en el minuto 72 Higuaín marca y el Madrid se libera.

Todo se reajusta, se reequilibra, y lo que eran destinos que se estaban decidiendo se convierten en un espejismo burlón. El Madrid resiste, el Barça aguanta con susto incluido y el Mallorca ve la Champions como algo más lejano. Cinco minutos locos, de cambios, bellos, emocionantes. Una fila de fichas de dominó que puso en acción Riki y concluyó con la ficha de Higuaín. Destinos cruzados, en definitiva. Destinos que se mueven por lo que hacemos y por lo que no controlamos. Y los hilos comunicantes se multiplican en los otros siete partidos de la noche de ayer, para continuar el próximo fin de semana. Disfrutemos con esto. O suframos, si acaso podemos llegar a separar ambas emociones.