Con Bauza o con Sampaoli. En el Monumental de River Plate o en La Bombonera de Boca Juniors. Con Dybala o el 'Papu' Gómez. Con Higuaín o con Benedetto. Da igual. Argentina, desde hace mucho, es un eficaz cirujano que lobotomiza a todos, que diluye identidades. Una despersonalización de la que escapa Messi, el único reconocible. Es la otra constante, la fuerza que se opone para prevalecer. Pero ni eso basta. Argentina no pasó del 0-0 ante Perú y el Mundial de 2018 sigue en el aire. Cierra la fase de clasificación en Ecuador y depende de sí misma para no caer eliminada.
Argentina, con defensa de cuatro, dominó territorialmente desde el inicio. Perú, equipo corto en un 4-5-1, quedaba encajonada pero con una gran disciplina que, a falta de contragolpes, le hacía resistir atrás. El resultado era una primera parte con pocas ocasiones. La más clara fue de Farfán, en un remate en el área pequeña que rozó el palo. Hasta entonces, Messi no agarraba el partido. Sin someter, no dejó de asustar con su zurda. Lo hizo en una jugada ensayada, en un disparo en una acción individual y en un medido centro que Benedetto cabeceó cerca del larguero.
La segunda parte terminó por definir a los protagonistas. Gallese se convirtió en figura por culpa de Messi. Levantó la voz y dijo iba a meter a Argentina en el Mundial. Gobernó la segunda parte, cuando el 0-0 apretaba y el reloj ahogaba. Asistió, remató (al palo) y generó el poco juego local. Una Argentina que no toca para elaborar, sino para hacer tiempo. Espera hasta dársela a Messi y que él sea el que elabore e invente. El que pase y remate. Argentina, en esa cáscara que es desde hace una década, incluso pudo perder cuando Romero sacó un libre directo de Guerrero en el 94'. Antes la tuvo Messi, chocando contra la barrera peruana. Solo fue la última barrera con la que se viene chocando.
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