Empecé a ver fútbol por la televisión (o lo que es lo mismo, a seguirlo) en la temporada 96/97. La Liga de las Estrellas, la llamaron. Pero por encima de todo, era la Liga 1 d.C. El primer torneo liguero después de Cruyff. Yo aún no lo sabía. Tampoco sabía quién era Cruyff, ni su influencia ni legado. Lo tuve que descubrir poco a poco, con imágenes aisladas de un albúm de oro que desconocía. El 0-5 del Bernabéu, su taconazo inverosímil al Atlético, reliquia de nuestro campeonato, el 5-0 con un Romario de dibujos animados, un 2-0 en Copa al Madrid, la Copa de Europa en Wembley…
Las páginas se iban completando de modo más fortuito que intencionado. La grandeza de la obra de Johan, lo entendí luego, le hacía eterno y le acercaba a todos aunque no le buscasen. Las imágenes seguían. Un día fue el 0-6 en San Mamés, otro aquellos apasionantes finales de Liga… Evidentemente, también el 4-0 de Atenas. O, volviendo al Cruyff jugador, la final mundialista ante Alemania, donde Johan, en el primer minuto, concentró su talento y genialidad. Toda esa cosmología cruyffista, ese universo propio, iba llenando los espacios vacíos en mi cabeza.
Pero quedaba entender el conjunto, su contexto. Cuál era la naturaleza de la obra y del protagonista. Y así lo terminé entendiendo. Fue un jugador formidable que transformó al Barça. El maestro del cambio de ritmo que, precisamente, le cambió el paso al club de manera trascendental y sin fecha de caducidad. Le engrandeció. Como jugador avisó de la revolución identitaria, estilística y triunfal que estaba por llegar. Tras 14 años sin ganar una Liga, el Barça la levantó en el estreno de Johan, con aquel 0-5 al Madrid por el camino. Entonces no pudo abrirse un ciclo. Pero se sembró una semilla fundamental.
Años después, con el recuerdo y admiración hacia el jugador, se dio la bienvenida al entrenador. En ambos casos, su clarividencia y liderazgo iban a contagiar al Barça hasta hacerlo suyo. El Barça de Cruyff era el mismo Johan. La entidad azulgrana comenzó a ganar mucho, incluso a ganar como nunca (Copa de Europa), pero sobre todo ganó una identidad. Con ella, el club se expandió, se modernizó y encontró un camino. Sistematizó un estilo que le hizo gigante. El Barça de hoy, el de mañana, no se podrá entender sin Cruyff. Por eso no solo fue un genio, sino que también se convirtió en una leyenda.
Todo eso lo supe, ya digo, con el paso de los años. Entre todas esos episodios sueltos que fui recopilando llegué al Atlético del doblete, a esa final copera en la Romareda. Enmarcado en el éxito rojiblanco, en el reverso, empezaba la despedida de Cruyff. Demasiado pronto para mí. Cuando a través de la pantalla de la televisión me convertí en un espectador más del Camp Nou, él ya se había ido. Mi primer Barça lo formaban Bobby Robson, Ronaldo y Luis Enrique. Un Barça nuevo. Antes de darme cuenta el 14 ya se había ido. Como si yo fuese un defensa alemán, puedo decir que a mí también me regateó Cruyff.
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