Callada, silenciada y censurada. La Juventus quería replicar, pero no se lo permitían. Una sola palabra quedaba prohibida. Aquí no se discute, decía el Bayern con su juego. Y no se discutió. No durante 63 minutos de juego apabullante y resultado fulminante: 0-2. Durante todo ese tiempo, el equipo de Guardiola se apropió del terreno de la Juventus y ejerció su conquista con una posesión eterna y avanzada. Y la presión tras pérdida evitaba cualquier respuesta. La plasticidad del Bayern se tradujo en un 3-5-1-1. Vidal se incrustó entre Kimmich y Alaba, Lahm y Bernat se reconvertían en interiores que escoltaban a Thiago. Y bien abiertos, Douglas Costa y Robben. Sacamos de la línea a Müller porque él precisa una sola para él. Puede bajar al medio, ir hacia fuera o respaldar a Lewandowski en punta. Él decide. Así repartidos, los jugadores del Bayern clavaron su bandera en el campo de la Juventus, que a su vez se juntaba atrás con tantos escudos como flechas. Disparó Vidal, perdonó solo Müller, voleó Robben y cabeceó fuera Lewandowski.
Sí, pero cero a cero. Tanta fascinación quedaba inconclusa. Pero era irresistible, y el propio Müller, siempre puntual, remató en el área una jugada fabricada por los extremos y con un balón salvado por un Douglas Costa afilado. Y la segunda parte comenzó como punto y seguido. Entonces Robben corrió desde la derecha y dibujó una trayectoria hacia dentro paradójica: conforme se alejaba de la portería se acercaba al gol. Condujo a la izquierda, retrocediendo su posición, hasta encontrar la rendija necesaria y clavó el gol que tantas veces ha repetido. Un zurdazo inapelable. Ya no podía pasar nada malo para el Bayern. Con ese juego, ese resultado, esas alturas de partido... No podía.
Y entonces, el minuto 63. Kimmich dejó mal un balón que Mandzukic no dudó en ceder a Dybala, aprovechando que el propio Kimmich se había quedado descolocado. Y el argentino marcó. Se acabó el sometimiento. La Juve levantó la voz. El partido se agitó. El Bayern ya no iba a controlar un juego que se había revuelto. Los de Allegri se expresaron como nunca antes, cargados de fogosidad, y Sturaro se anticipó a Kimmich, pobre Kimmich, para rematar desde cerca a Neuer, que había evitado el empate en un tiro de Cuadrado como él sabe: erguido y firme. Ante Sturaro no pudo hacer nada. Desbocada la Juve, el Bayern perdió su discurso persuasivo. A los de Allegri le dieron la palabra y ya no calló.
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