En 5 partidos el Chelsea ha sumado 3 derrotas. Hay más. El liderato, en manos del Manchester City, ya está a 11 puntos de distancia. Son unos números desoladores para un equipo vigente campeón de Liga. Y sin embargo, hay algo peor que los resultados. El juego del equipo preocupa y desconcierta a partes iguales.
El desplome del Chelsea es tan súbito como para haber sido previsto. La derrota en la Community Shield ante el Arsenal, la primera ante Wenger, se está mostrando más indicativa que accidental. El comienzo de Premier League es impropio de un campeón. Un campeón construido, además, por Mourinho. Los terceros años de Mourinho en un club tienen tanta fama como los segundos. Si las segundas temporadas son excelsas (Champions con el Oporto, triplete con el Inter o Liga con récords con el Real Madrid), las terceras acaban intoxicadas. Es cierto que en su anterior etapa Mourinho comenzó una cuarta campaña con el Chelsea, pero el ambiente venía enrarecido, en un año (2006-07) con dos Copas nacionales pero sin la Premier (Manchester United).
Ahora mismo, el equipo parece desorientado y confuso. El efecto inmediato es que el propio aficionado se siente confundido ante el panorama. El Chelsea, más creativo o más directo con la pelota, siempre se distinguía por controlar los partidos, por su autoridad. Era un equipo muy seguro y sólido. La convicción parece perdida y todos buscan la razón. Ante el Arsenal el equipo se vio impotente, ante el Swansea resultó dominado, ante el City sorprendido y ante el WBA fue irregular. El Crystal Palace le jugó sin miedo y el Everton, junto, concentrado y decidido, ató a un Chelsea romo. Porque el equipo de Mourinho no solo está siendo inseguro atrás, sino que también llega a ser inofensivo en ataque.
La disfunción colectiva tampoco encuentra respuestas individuales. Están las dignas excepciones de Courotis y Begovic en la portería y de Pedro. Por lo demás, nadie está en un estado de forma reconocible. La línea defensiva, lejos de temible, parece asustada. Terry ya ha vivido demasiados sobresaltos e Ivanovic anda castrado. Montero y Bolasie lo pueden decir.
Fàbregas toca, pero no profundiza. Ni juega ni hace jugar a un equipo plomizo y previsible que encadena pases con mucha rutina y nada de ingenio. Su socio y complemento, Matic, parece perdido y el partido ante el WBA pudo ser el más caótico de los que haya jugado nunca.
A partir de ahí, cuando la contención se agrieta y la mente se enturbia, la maquinaria chirría. Hazard no logra rebelarse y es otra víctima de la inercia. Sus arrancadas potentes y hábiles, capaces de perforar cualquier defensa, no aparecen como solución temporal. Con el juego embarrado, Diego Costa queda minimizado y comienza a crisparse.
Hay tantas cosas imperfectas que no parece que el Chelsea sea el vigente campeón de la pasada Premier. Un equipo que solía ser solvente y que hasta tuvo momentos de brillantez. Un equipo fiable, contraste de un City poderoso pero despistado. Esa fiabilidad le hacía peligroso. Hoy no lo es. Y este sábado recibe al Arsenal en Stamford Bridge.
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