Como es normal, uno no siempre coincide con las valoraciones
de Luis Enrique. Esas ocasiones responden ante algún análisis, en mi opinión,
demasiado positivo en algún partido concreto. Esta vez, sin embargo, tras el
empate a dos entre Sevilla y Barcelona en el Sánchez Pizjuán, sí suscribo sus
palabras. “En la primera parte fuimos netamente superiores, con muy buen
fútbol. Lástima los 3' en que perdemos el control. La segunda es una parte más
disputada, equilibrada, en la que los dos hemos tenido opciones pero ninguno ha
sido superior", resumió. Esa fue mi sensación en directo y, echando un
segundo vistazo, la he confirmado.
El Barça sometió al Sevilla con presión, anticipación y
posesión. Los de Emery parecieron salir con más cautela que combatividad, pero
cualquier intento por rectificarse era difícil con ese Barcelona funcionando a
tope. El Sevilla se revitalizó con el 1-2 y estresó al Barça antes del
descanso. Tras él, el Sevilla mantuvo su mejor cara y el Barça, sin el dominio
de sus mejores minutos, supo aguantar. Los errores individuales penalizaron el
trabajo colectivo. Es esta segunda parte la que más me interesaba repasar.
¿Hasta qué punto desbordó el Sevilla? ¿Cómo decayó el Barça? ¿Hubo vuelco o
equilibrio? Con esas dudas visioné ese segundo tiempo y pude ir respondiendo a
esas cuestiones.
La continuidad pretendida. El inicio de la segunda parte fue
positivo. Así, el Barcelona salió bien mentalizado. Cuidaba las posesiones
largas, buscando y encontrando a Iniesta, enlace entre defensa y ataque.
Precisamente en una de esas intervenciones Iniesta primero y Luis Suárez
después tuvieron el 1-3 ante Rico. El Barcelona habría cerrado el partido a
través de un buen regreso del descanso.
Pese a eso, la actitud del Sevilla ya se veía distinta. Fue
avanzando sus líneas y a veces encadenaba aproximaciones. Eso, claro, provocaba
espacios que intentó aprovechar el Barça en alguna transición rápida
Iniesta-Messi. Con un rival más incómodo, el Barça nunca perdió su
predisposición a la posesión para volver a recuperar el dominio y enfriar al
rival. El equipo intentaba volver al escenario de la primera parte, con control,
anticipación y recuperaciones adelantadas. Lo lograba por momentos, pero el
Sevilla no permitía su continuidad.
El liderazgo de Aleix Vidal. El Sevilla, ya decimos, subía
sus líneas y, más allá del posicionamiento en sí, se exhibía con más vigor.
Ahí, la agresividad y velocidad de Aleix Vidal inflamaba a su equipo hasta el
punto de ser el jugador que verdaderamente podía resultar incontrolable para el
Barcelona. Tanto fue así que él sería quien asistiera más adelante para el 2-2
de Gameiro.
La resistencia. Cuando al Barça le tocaba recibir las
embestidas sevillistas lo conseguía resolver con general acierto, aunque hubiera
algún desajuste puntual. El equipo era apretado y exigido, pero no acababa de
ser desbordado. La concentración era buena y las vigilancias no fallaban. En
esta faceta cabe señalar a un Mathieu poco sutil pero atento y contundente, con
trabajo pero bien resuelto. Así podríamos caracterizar al Barcelona cuando el
Sevilla, vertical y decidido, salía al ataque. Todo ese intercambio de
intenciones quedó superado por un accidente, el mal pase de Piqué que activó a
un Reyes rápido y participativo para tocar a la carrera de Vidal para el gol de
Gameiro.
El cambio. En esa segunda parte de alternancia, Luis Enrique
quiso reforzar el control con la posesión. Sobre todo, según lo visto, hacerla
continua y no por fases. Así, se juntaron Xavi y Busquets en el centro con
Iniesta y Rakitic en los interiores. Messi, como siempre, era otro
centrocampista que sumar, el quinto. Ese intento por ganar dominio y enfriar al
rival no surtió efecto. El Barça no conservó más o mejor la pelota y prevaleció
el ímpetu del Sevilla. Surgen dos preguntas sobre la naturaleza del cambio y a
la identidad del sustituido. En cuanto a lo primero, otras veces Luis Enrique
se ‘abandonó’ al intercambio de golpes, lo aceptó con agrado, como el día del
City en el Camp Nou (“si el rival prefiere arriesgar, con el potencial que
tenemos arriba, no les voy a decir que se paren"). Ayer no. Puede
deducirse que fue debido al respeto que le daba el poder y velocidad del
Sevilla, con Vidal como paradigma de esa amenaza que preocuparía a Luis Enrique.
Referido al sustituido, se trató de un delantero. En concreto, Neymar. Con un
Suárez cegado en el remate y un Neymar ligero y hábil, es normal cuestionar si
el brasileño debió ser el jugador cambiado. De cualquier modo, aunque el cambio
no tuvo los efectos buscados, con la jugada del 2-2 como gran detonador
imprevisto del plan, su intención era razonable.
Sabor final. Aunque este empate sea más convincente que las
victorias precedentes, distingo dos motivos por los cuales el partido dejó una
mala sensación. No son otros que el juego y el resultado. La actuación
espléndida del Barça en gran parte de la primera mitad jugó luego en su contra.
Hizo parecer que la segunda parte se jugó peor de lo que realmente se hizo. Y
por todo lo ya explicado se jugó una inferior pero buena segunda mitad. Luego,
el empate cerca del final que dejaba próximo al Madrid y sin premio a tantos
buenos minutos no puede provocar otra sensación que la frustración y la rabia.
Todo junto hizo del postpartido algo más amargo que lo que dictaría el juego.
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