Era familiar. Era extraño. Lo que suena a paradoja no lo es tanto cuando ha pasado mucho tiempo. Cuando actitudes y comportamientos habían quedado atrás para convertirse, eso se suponía, en nostalgia. Y, de repente, cobran vida en el presente.
Es una sobremesa de descanso activo. Miro el reloj. Sintonizo la radio (adiós transistor, hola smartphone). Busco bufanda y guantes para el frío. Preparo las entradas. A falta de media hora de las cinco de la tarde salgo para el estadio. Esto significa cruzar la calle. Llego a la fachada y mientras espero, ocurre. Me veo a mí mismo en una tarde cualquiera, con una visita de tantas: Sporting, Salamanca, Elche, Eibar… La afición llega, se concentra, entra. A la derecha, las taquillas por las que tanto pasé. “Una de Grada Lateral”. A la izquierda, los tornos.
Pero había algo ayer, como el reflejo que muestra la realidad sin ser la realidad en sí misma. La tarde era eso, un reflejo. Aquella Grada Lateral vacía, como un memorial de piedra. Mirando desde la distancia lo que fuimos. En el partido todo es recuerdo. Al rival albinegro ahora le toca vestir de rojo en el corazón grana. Sin realeza en La Condomina es ahora cuando su sangre se ha vuelto azul. La época de derbis de tensión compartida deja paso a la placidez y a la fatalidad, según el bando. No quedan goles salvadores de Aquino que mantengan el honor regional. Ningún cruce de improperios entre aficionados de Cartagena y Murcia.
Ahora los tiempos son otros. Por la banda de Juanma esprinta Piojo. En el área Javi Gómez busca el gol con la maña que antes lucía Loreto. El mediocampo que apuntalaban Acciari y Tito lo ponen en marcha Checa y Chavero. UCAM y Real, apellido común. Poco más los asemeja en un campo que ya no está coronado. En él volví a respirar su aire, su aroma. Ese que siempre ha mezclado césped y tabaco. Que envuelve al partido, que acompaña al aficionado. Que lo hace todo tan conocido y familiar. Parece real.
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