La México futbolística vive en ebullición. El aire se llena de un silbido que anticipa un reventón por tanta presión (¿o ha reventado ya?). La frustación del país viene de la mediocridad futbolística, pero esta se condena a perpeturarse por tal desencanto. Hay hartazgo, ansiedad, incomprensión. Nadie vale, los juicios son tan severos como impacientes.
Vucetich tampoco sirve. Dos partidos y ya es un inútil para la causa mexicana. Dos partidos dramáticos, sí, donde México sobrevivió más por fortuna que por virtud. Pero, ¿eso justifica desechar a otro técnico? ¿A este, además? Es la injusticia más evidente. Vucetich pagando por los pecados acumulados, por la mochila de piedras de una trayectoria de la que no tiene nada que ver. Responsabilizado por acciones ajenas. Ninguneada su figura, su trayectoria de éxitos nacionales e internacionales. Obviado todo ello y reducido a incompetente por 180 minutos de juego y con solo un mes en el cargo.
La responsabilidad por la actual México nacerá en el terreno de juego, pero el entorno, que se presenta como víctima de ello, realimenta la tensión y se transforma en verdugo. Corresponsables de la inestabilidad, la zozobra y el desencanto. Hablamos de mismos hombres de fútbol, como el exseleccionador Ricardo La Volpe, que evalúan con poca generosidad: "No entiendo que (con Vucetich) se siga jugando de la misma manera". O el propio sucesor de Vucetich, 'El Piojo' Herrera: "Esperaba un cambio, un revulsivo. (...) Esto no trata de justicia, sino de resultados". Un Herrera, por cierto, solo contratado para la repesca ante Nueva Zelanda.
También se trata de periodistas que lanzan incendiarias críticas que se apartan de la sensatez. Que disparan ante todo y ante todos: un seleccionador reputado con apenas dos partidos, los 'europeos' (jugadores mexicanos que actúan en Europa)... Es una crispación que lleva al menosprecio más indiscriminado.
Un entorno que no admite procesos, adaptaciones y evoluciones es un entorno que solo fomenta la inseguridad. Un entorno que ha pasado de víctima a cómplice del propio problema. Más aún: se ha convertido en sí en un problema. Una espiral mareante y una presión que ensordece. Nueva Zelanda es ahora el menor de los enemigos para México.
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