Vivimos en los tiempos de la velocidad, de la impaciencia. De ahí que se valore enormemente la precocidad. En el fútbol parece que solo existe el hoy, el mañana ya es desfasado, desechable. Buscamos continuamente genios precoces, chavales adolescentes que deslumbren por su juego. Parece que aquél que no haya despuntado a los 25 ya no sirve, o que aquél que supera la treintena, aunque ya haya demostrado su valía, debe dejar el paso a los más jóvenes. Una rueda que gira y gira sin opción a que se detenga, que no entiende de sentimentalismos. ¿Reflejo de una cultura consumista?
Por suerte, lo puro vence a cualquier tendencia, a cualquier superficialidad. Por suerte, aún gozamos de jugadores rebeldes ante la tendencia. Jugadores empapados de calidad y clase, que suman con los años experiencia y sabiduría. Atributos que golpean en la cara de aquéllos que sólo pueden ver en los años razones para jubilaciones anticipadas.
Las temporadas de sir Alex Ferguson en Old Trafford se acumulan con tanta naturalidad que parece que el tiempo no pasase. Y como miembros ejemplares de esa inmortalidad, Paul Scholes y Ryan Giggs siguen sentando cátedra. Siguen enseñando en los mejores auditorios del mundo del fútbol. Y como espectadores privilegiados, encontramos la audiencia que cada dos semanas busca acomodo en el Teatro donde dos tipos hacen realidad los más bellos sueños.
Anoche el United debutó en la presente Premier League superando a un Newcastle de regreso a la élite (3-0). Scholes volvió a ser el mejor, como en la Community Shield, dando una lección de pases y dirección de juego. A eso se sumó la jugada del partido: el pase del pelirrojo para que Giggs, entrado en la segunda parte, anotara un gol, como ya ha hecho al menos una vez en las 18 ediciones anteriores de la Premier League.
Una conexión entre dos ejemplos calzados con botas de fútbol, dos tipos cuya suma de años es sinónimo de suma de sabiduría. Las canas, también, son imprescindibles en el fútbol.
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