Robert Paul Green se ha convertido en el nombre de esta Copa del Mundo. En el alimento ideal y propicio para esa prensa inglesa sensacionalista, esos tabloides que buscan la fatalidad ajena para el beneficio propio. Una burla, un desprecio incluso, que omite muchos pequeños debates. ¿Cómo no se consigue que Gerrard y Lampard se compenetren? ¿Cómo el gran goleador inglés, Rooney, debe abandonar el área para casi vestirse de centrocampista? ¿Cómo no hay alternativa mejor para la izquierda que Wright-Phillips? Muchos detalles, muchos matices ocultos. Para qué moderar la críticas y extender responsabilidades si Bob Green lo ha puesto tan a huevo.
No puedo dejar de preguntarme por qué todo el mundo recordará el fallo en el 1-1 y no su acierto para evitar el 1-2. O por qué nadie culpará a Heskey por fallar ante Howard con la misma saña con la que se culpa a Green. Sí, ya sé cómo está montado el fútbol, ya sé que el puesto de portero es especial. Pero aunque predique por el desierto mantendré firme la convicción de que nadie debe cargar con más responsabilidad de la justa, ni que otros se vayan de rositas.
Inglaterra no empató por Green. O mejor dicho, no empató sólo por ello. Empató porque Gerrard y Lampard jugaron más retrasados de lo normal, desnaturalizados y perdiendo la influencia de sus clubes. O porque Wright-Phillips fue el elegido para atacar por la izquierda, mostrándose en esa banda como un jugador ortopédico. O porque relacionado con lo del mediocentro, el mejor atacante de Inglaterra debió hacer lo suyo además de armar el juego. Son muchos los factores que condicionan el desarrollo de un partido, unos más evidente y otros menos. Por ello defiendo hoy a Green, porque uno se harta de que un portero sea ridiculizado mientras que los medios que no crean juego o los delanteros que arruinan ocasiones pasen de puntillas. Que cada uno se haga responsable de lo suyo, ni más ni menos.
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