La sensación que emergió fue inequívoca. Ese 0-2 era más que un gol, más que un pasito hacia el título, más que la coronación de Mourinho como nombre de moda. Ese gol era la máxima expresión de un delantero excepcional, maravilloso. Fue un grito en el aire. Fue un movimiento sin réplica, una cadera, la de Van Buyten, desencajada antes de encarar a Butt y superarle con sobriedad.
Ese es Diego, de apellido Milito, capaz de pelearse con los centrales y siempre dar la seguridad de que va a ganar el duelo. De proteger el balón, cederlo y rápidamente buscar la devolución. Eso fue el 0-1, con la colaboración de Snejder. Y del otro modo fue el segundo, apoyándose esta vez en sí mismo, en su talento y su fe.
Esa fe y talento que le ha hecho goleador del Inter, que le mantuvo arriba en Liga con un saco de goles y quien confirmó el Scudetto contra el Siena en el último día liguero. Quien cazó la Coppa con una cabalgada inalcanzable y una definicón impecable. Quien agitó al Barça, asistiendo y marcando, yendo y viniendo. Con los goles de Milito el Inter peleó por cada título y con ellos se han podido levantar. Roma, Siena y Madrid, días claves donde el argentino dio sentido a la red trenzada por Mourinho.
Sin el balón el Inter lo define Mourinho y su estrategia. Con la posesión, todo gravita alrededor de Milito. Socio perfecto con compañía, dosis de oxígeno en solitario. El Inter campeón, el del triplete no puede entenderse el uno sin el otro, sin el portugués y sin el argentino. Son el principio y el fin de estos éxitos. Milito, El Príncipe, alcanzó al menos el rango de Rey en el tablero de Mourinho.
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