Ya tenemos final del Mundial de clubes. Ayer se clasificó el Milan para la cita del domingo tras superar a los japoneses del Urawa Reds Diamons. Y esperándole desde el miércoles se encuentra Boca Juniors, vencedor en duelo frente al Etoile du Sahel. Así pues, se mantendrá la ya habitual pugna entre Europa y Suramérica.
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Desde 2005 se viene disputando esta competición en donde se reunen los campeones de los distintos continentes -este año con una plaza más para un equipo del país anfitrión-. La idea, transformar la Copa Intercontinental en una competición plural, donde realmente estuvieran representados los mejores equipos de cada continente. La verdad es que tratándose de un título que corona al triunfador como campeón del mundo la idea de expansión de la FIFA podría considerarse lógica.
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La teoría pinta bien, pero la práctica resulta ser distinta. Porque la realidad es que hay una gran diferencia entre Europa y Suramérica con el resto del mundo. El nivel es tan desigual que la posibilidad de sorpresas es baja y el interés por la competición escaso. Sólo en las semifinales la atención se empieza a acentuar con la entrada de suramericanos y europeos. E incluso en ellos se transmite una sensación de trámite que no ayuda a su seguimiento. Así estamos en España, donde al no haber ningún equipo español nos es imposible -o muy difícil- seguir los partidos. Está bien abrir puertas a otros equipos de otros continentes, pero los resultados confirman que es una medida demasiado temprana porque hay continentes cuyo potencial apenas ha empezado a ser explotado.
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Por lo pronto, el domingo tendremos el enésimo duelo Europa-Suramerica bajo el techo de una competición que aún hoy mantiene el espíritu de la tradicional Intercontinental.
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