Fue el
primero para mí. Ya con 11 años de edad. No me enganché al fútbol precisamente pronto. La
precocidad nunca ha formado parte de mi vida. Como decía, fue mi primer Mundial,
el de Francia’98. No creo que eso explique por sí solo por qué aquella edición
de la Copa del Mundo la recuerdo con especial aprecio. El campeonato tuvo valor
propio. Casi cada partido tenía una historia que merecía salirse de las
estadísticas y saltar a la nostalgia.
Antes del
campeonato, recuerdo coleccionar unas láminas del diario Sport con las
principales figuras y sus características de juego. Además, desde meses atrás
las horas se me perdían con el juego oficial del Mundial. Encendía mi Nintendo
64, introducía el cartucho y cuando sonaba ‘I get knocked down’ estaba listo para la partida. Con más
equipos que los clasificados en la realidad, Canadá jugó más de un Mundial
conmigo.
La fase de
grupos había comenzado con un Brasil-Escocia no muy lucido, y que dejó como
recuerdo, seguro que por su naturaleza accidental, ese gol del defensa Boyd en
propia puerta. Pero en realidad, el Mundial empezaría más tarde de su arranque.
Fue en ese domingo donde España debutaba contra Nigeria. No era aún la Roja. De
hecho, en el debut vestía de blanco. Todo parecía marchar cuando Hierro y luego
Raúl adelantaron al equipo de Clemente. Nadie se paró a pensar que tras ello la
victoria se iría de las manos de España como la pelota de los guantes de
Zubizarreta. De esos primeros días recordaré cómo Roberto Baggio se sacudía los
fantasmas (de algún modo) al lanzar y marcar un penalti ante Chile. Cuatro años
después de lo de Estados Unidos. La relevancia simbólica del momento solo rocé
a entenderla por el comentarista de televisión.
Aquel verano
me dio por sacar los recortes de la prensa sobre los partidos. Eran de La Verdad.
Cogía las crónicas y como mejor sabía las resumía. Luego, lo recopilaba para pasarlas
a unos folios que, al final, serían un resumen del torneo. Delante de una
máquina de escribir, anotando alineaciones, clasificaciones y goleadores. Sí,
tengo suficiente edad para haber usado máquinas de escribir.
El Mundial
cogió impulso en las eliminatorias. Cada una tuvo un desarrollo memorable, ya
fuera por la emoción o por el espectáculo. El gol de oro (primer gol de oro en
un Mundial) de Blanc a Paraguay, el repaso de Dinamarca a la infausta
Nigeria, la esbelta Brasil ante una
Chile impotente, Davids evitando una prórroga esperada ante Yugoslavia,
Alemania frustrando a México o, cómo no, el monumental Argentina-Inglaterra. Un
partido de alternativas, de tensión, de la luz de Owen y la sombra de Beckham.
Y sobre todo de Roa. ‘El Lechuga’ salió triunfador de la tanda y pensé
en las revanchas que da el fútbol, ya que venía de otra tanda
en la que salió cruz, con el Mallorca en la final de la Copa del Rey.
Los cuartos
alumbraron a una Croacia formidable. Su 3-0 a Alemania fue impactante. Suker, Jarni,
Vlaovic… Eran mis referencias por jugar en la Liga, y con esa identificación celebré
más aún su proeza. Horas antes pude ver cómo un pase
interminable de Frank de Boer cayó a pies de Bergkamp, que trazó una acción que
ninguna foto puede hacer justicia, solo muchos fotogramas sucesivos: control,
regate y chut con el exterior. Era el último minuto y Holanda eliminaba a una
Argentina ya abandonada por el 'Burrito' Ortega. Vaya 4 de julio. En la víspera, Brasil y
Dinamarca se habían desplegado con buen gusto para gloria final de la Brasil de
Rivaldo, Ronaldo y, aún, de Bebeto. Francia eliminó a Italia en los penaltis.
Italia y los penaltis, de nuevo.
No había historias pequeñas, eso ya estaba claro. Todas eran grandes. Croacia se atrevió a asaltar Saint Dennis con Suker de estilete y Thuram sorprendió a todos con dos bofetones en forma de goles. Con calidad y emoción, Brasil y Holanda no se dieron tregua con Ronaldo y Kluivert de ejecutores. En la tanda se inmortalizó para siempre la figura de Taffarel y su celebración: pose arrodillada, brazos abiertos e índices arriba. Feliz y agradecido, sus intervenciones llevaban a Brasil a otra final.
Y la final fue
lo que fue. Una Francia que no dio margen a Brasil. Los dos goles de Zidane,
las piernas musculosas que Roberto Carlos no acierta a cerrar a tiempo, la respuesta
impotente de Brasil tras el descanso y la certificación de Petit al final.
Muchas imágenes guardadas. Fue mi primer Mundial. Pero para ser justos fue,
sobre todo, un gran torneo.
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