Cada gol tuvo su reparto de papeles. El público, la letra, una escueta palabra que siempre guarda amplias emociones: ¡gol! Y, la megafonía, la melodía. I will survive, cómo no. La misma que lleva años sonando no podía faltar precisamente ahora. Acompañando al coro desde la grada y reafirmando al propio estadio, el Ali Sami Yen, como rebelde a su inmediato futuro.
Tocaba despedirse, aunque el cartel no fuera el más reluciente. Partido de Copa, un martes 11 de enero, ante un tercera división, el Sekerspor. Buen equipo en su categoría, pero no dejaba de ser una batalla menor. Aún así la noche no podía resultar anodina. No era manera. Así, el Sekerspor se adelantó y mantuvo su ventaja hasta poner al límite los nervios locales. Fuera emotividades, tocaba competir, pelear, perseguir el resultado. Jugar al fútbol. Idóneo modo de despedir a un hogar. Así, a 20 minutos del final Servet Çetin dibujó una imagen inimaginable, una chilena certera para empatar. Deducimos que el atrevimiento (o temeridad) nació de la necesidad. El acierto para marcar se mantendrá entre lo intangible. A partir de ahí, otro tanto de Arda Turan y el sello final de Kazim Kazim en el 92. El penúltimo latido vino acompañado del gol, y el suspiro final de la victoria. Y todo ello, y mucho más, permaneciendo en la memoria del hincha.
Aquella que recuerda los goles de Hakan Sukur o Metin Oktay. Los años de dedicación a este club de Fatih Terim o de Korkmaz. La aportación de George Hagi, Gica Popescu, Arif Erden... Y muchos más, más o menos anónimos, más o menos influyentes. Y todos sobre ese césped, entre esas gradas. Las que se despiden sin querer decir adiós. Y que, de alguna manera, sobrevivirán.
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